Son las 2.59 y en el sector Los Palos de Playa Unión sólo se escucha el rugido del mar. Unos segundos después, un estruendo. En menos de cinco minutos, un gazebo rojo que lucha contra el viento se convierte en el punto de encuentro de hombres y mujeres que no habían dado pistas de estar cerca.
Llegan en camionetas, cuatriciclos y UTV. Bajan y forman una fila frente a una tabla de madera sostenida por dos caballetes. En la mano llevan una bolsa precintada con su botín: la pesca obtenida en el primer tramo de las 20 horas del Club de Pesca y Náutico Rawson, la competencia que reunió a este domingo a 250 participantes y repartió más de $6 millones en premios.
“¿Viste lo de los pibes del fondo, los principiantes?”, es el comentario que se repite en la fila para el pesaje, un procedimiento que tiene un estricto reglamento, como cada paso del certamen. Después de siete horas de pesca -este año la competencia arrancó a las 20 por las condiciones climáticas- un integrante de cada una de las 125 parejas tiene que acercarse hasta la carpa de los organizadores para pesar lo que pescaron hasta ese momento.
Antes de eso, los fiscales pasan por cada una de las estacas asignadas a los competidores, cuentan la cantidad de piezas obtenidas y precintan las bolsas en las que deben ir los pescados. Cuando llegan a la balanza, los jueces rompen los envoltorios para sacar el agua, se hace el recuento y se pesa todo en un balde. Así se calcula el score: un punto cada 100 gramos y un punto por pieza. Todo queda registrado en una tarjeta.
La mayoría no necesita esperar ese cálculo para saber que “los principiantes” de la estaca 125, la última ubicada en la punta norte de la costa, sacaron una ventaja considerable. Alcanza con ver a Agustín Ercoreca bajar del cuatriciclo con varios baldes en la mano. El pesaje, en dos tandas, arroja un número contundente: a las 3 de la mañana la pareja ya tiene más de 20 kilos. No sólo lidera por mucho su categoría, sino que le disputa la cima a experimentados que compiten en el grupo elite.
Su éxito tiene una explicación geográfica, ya que la ubicación que les tocó por sorteo les permite pescar en una zona más profunda, pero también responde a la preparación que tuvo la pareja. “En la última semana vinimos todos los días a practicar. Nuestro objetivo era sacar diferencia en la primera parte, con la marea baja, porque cuando sube se empareja”, explica Agustín, con la claridad de un DT que diseña la táctica de su equipo.
La preparación de la carnada fue otra clave. “La armamos durante toda la semana. Hicimos una pasta de anchoa para ponerle”, explica el joven trelewense de 23 años. En la mesa donde prepara los anzuelos junto a Simón Sarries, su compañero de la misma edad, hay langostinos cortados y pedacitos de pescado teñido de amarillo, una técnica que busca llamar la atención dentro del agua. “Yo pesco desde los 4 años, pero era más un plan para comer un asado en familia. Cuando empezás a practicarlo como deporte te metés de lleno, porque todos los días aprendés algo nuevo”, agrega.
Trece horas más tarde, Agustín y Simón serían protagonistas de un batacazo impensado, convirtiéndose en la primera pareja principiante de la historia en quedarse con el trofeo mayor. Pero para eso todavía faltaba mucho.
EL ARTE DE “SEDUCIR” AL PESCADO
Termina el primer pesaje y lo que era un rumor ahora es una certeza en cada una de las estacas que ocupan más de tres kilómetros de costa. En las puntas, especialmente en la zona norte, el pique es mucho mejor. Salen bagres, gallos, pejerreyes y algún que otro chucho. “Está rara hoy la marea. Hubo sudestada y eso no nos favorece”, explica Humberto Salvagnini, un empresario del rubro turístico que se anotó con su hermano.
La pasión por la pesca es algo de familia. “Me la inculcaron de chico, cuando tenía 13 años. A los 18 ya empecé a competir. Es un deporte sano, que te conecta con el mar, y que pueden practicar todos, sin importar el físico”, remarca mientras intenta remontar una jornada que no arrancó como esperaba.
Para May Ricardes la noche también empezó complicada. Ya son las 6 de la mañana cuando, mientras asomaba el sol por el mar, explica su hipótesis. “Cuando hay luna llena el pescado es como que no tiene hambre. Se vuelve muy exquisito”, asegurá. Credenciales no le faltan: ganó cuatro veces las 20 horas de Rawson.
A pesar de su palmarés, dice que quiere seguir compitiendo. “En un momento te tranquilizás, pero después te vuelve el fuego sagrado. Esto es una enfermedad, te obsesionás”, reconoce.
Esas ganas de volver a triunfar lo llevaron a prepararse durante más de un mes para este torneo. Con su compañero, Dante Irigoyen, se juntaron a practicar y a preparar anzuelos y carnadas. “Vamos probando aceites y perfumes para cebar la comida. El pescado es curioso y lo que tenemos que lograr es llamarle la atención, que quiera probar”, remarca.
En el combo de carnadas puede haber de todo: langostinos, calamaretis, pulpo, mejillones. Cada uno tiene su preferido. “Es como cuando comprás para armarte una paella, un poquito de cada cosa”, dice Rubén González, un carpintero de Playa Unión que este domingo sólo vino como acompañante y se acerca para seguir de cerca el pesaje.
LLANTO Y FRUSTACIÓN POR UN PIQUE FALLIDO
A unos 1.000 metros de May, Nacho Figueroa todavía busca recuperarse del revés que sufrió unas horas antes. “Había sacado un gallo grande, de unos cuatro o cinco kilos. Ya lo tenía en la orilla y cuando lo estaba trayendo se me cortó la línea en un lugar que tenía un nudo. Lloré durante diez minutos”, cuenta el joven de 19 años, en su debut en las 20 horas.
Su frustración no sólo es porque ese gallo le hubiera sumado una buena cantidad de puntos, sino también porque en cada categoría la pieza más grande se lleva un premio de $300 mil. El resto del dinero se reparte entre quienes conforman los podios de cada uno de los cinco niveles: $500 mil para el 1°, 300 mil para el 2° y 150 mil para el 3°. El que más puntos suma, independientemente de su nivel de experiencia, se lleva un trofeo como ganador de la general.
A pesar de la bronca, Nacho sigue pescando con la misma energía que 12 horas atrás. Ahora ayuda a su compañero con la carnada, porque entre el primer y segundo pesaje sólo puede pescar uno de los competidores. “Para mi esto ya es más que algo que me gusta, es una forma de vida”, resume.
Esa disciplina y concentración es la que le permite a los participantes estar largas horas de pie, haciendo fuerza en cada lanzamiento y en cada pique. Con el paso de la competencia aparecen los calambres, los dolores de cintura y tirones. A algunos le cuesta caminar cuando se levantan de un breve descanso en una reposera. Lejos están de esa relajación asociada a la pesca recreativa.
SEGUNDO PESAJE Y HORA DEL ALMUERZO
A las 10 llega el segundo pesaje de la competencia. Nuevamente explota una bomba de estruendo, aunque esta vez el clima es otro. Los pescadores ya no están tan solos. Aparecen, mate en mano, familiares y amigos que en un momento de la noche aprovechan para descansar en autos, camionetas, casas rodantes, motohormes, carpas y refugios improvisados con paravientos y sombrillas.
Como en el turno de la madrugada, Vanesa Villagrán se mantiene firme junto a la balanza. Sigue con atención cada pesaje para después llevarle la información detallada a su marido, que compite junto a un amigo. Ella también pesca y participa de los torneos, pero esta vez decidió no hacerlo por las condiciones climáticas. Por eso hoy le tocó encargarse de dos aspectos fundamentales para el equipo: saber cómo le está yendo a los otros y preparar la comida.
“Hice unas milanesas fritas al disco para la noche y ahora al mediodía vamos a preparar empanadas. Yo quería hacer un guiso, pero mi marido me dijo que era muy pesado”, bromea Vanesa, quien no cambia por nada del mundo su plan de cada domingo: subirse al camión y salir a pescar.
A diferencia de ella, Ioana sí se anotó para competir. Lo hizo en la categoría mixta, junto a su marido Aldo. “Es mi primera vez. No me gusta mucho la pesca pero vine para acompañarlo. Fue un plan en familia, porque vinimos con nuestras hijas de 16 y 7 años y nos alquilamos un motohorme. Una linda experiencia”, afirma mientras hace una larga fila para pesar lo que lleva en su bolsa.
Cerca de las 12, cuando ya todos pasaron por segunda vez por la báscula, arranca el tramo final de la jornada. El viento trunca los planes de asado y la carne es reemplazada por fiambre. El almuerzo es prioridad siempre y cuando algún acompañante se encargue de eso.
Los competidores no tienen tiempo: ya pueden volver a pescar de a dos y corren para aprovechar cada segundo. Quedan cuatro horas y cien gramos pueden definir el lugar en la tabla.
EL CHUCHO SOBRE LA CHICHARRA Y LA EMOCIÓN DEL FINAL
Faltan tres minutos para que se abra el último pesaje de las 16, pero Facundo y Román, ambos de 13 años, esperan ansiosos para completar su primera participación en las 20 horas. El resultado de la balanza no modifica la sonrisa que tienen desde la mañana, cuando sacaron un gallo de 2,7 kilos. Todavía no lo pueden creer. Su familia tampoco: padres y tíos los acompañaron en un campamento de más de diez personas y los vieron triunfar en esa batalla.
Mientras avanza la fila, un cuatriciclo irrumpe a toda velocidad. Pedro Domínguez se baja con un balde en la mano y pide prioridad para pesar un chucho que sacó segundos antes de que la última bomba de estruendo señalara el final de la competencia. Está apurado para devolver el ejemplar al mar. La balanza confirma la emoción del participante: la pieza pesa 7,1 kilos y se transforma en la más grande del torneo.
Entre los últimos para completar el pesaje están Agustín y Simón. Están confiados pero prefieren mantenerse cautos. Esa emoción contenida se desata cuando el presidente del club les confirma que nadie pescó más que ellos. Con 66 piezas y más de 32 kilos, completaron 377,7 puntos. No sólo arrasaron en la categoría principiantes, quedándose con $500 mil, sino que tuvieron el honor de levantar el trofeo que tantas veces se llevaron aquellos a quienes admiran.
“No lo esperábamos. Habíamos competido dos veces en las 24 horas y no nos había ido nada bien. Hoy arrancamos complicados pero después nos acomodamos. Es increíble haber ganado un torneo en el que hay tan buenos pescadores”, cuenta sorprendido Simón, que vivió con angustia las dudas sobre la posible postergación de la fecha por el mal clima. “El miércoles me vuelvo a La Plata para seguir estudiando medicina. Si se pasaba una semana, me lo perdía”, explica.
Para Agustín las últimas horas fueron muy dudas. El viernes falleció su abuelo y él le prometió a su mamá que iba a ganar las 20 horas por él. Por eso no dudó en dedicárselo y se quebró al abrazarse con su familia. Después tuvo tiempo para reirse: “Vamos a tener que pagar el asado”.
Ya son cerca de las 18 y a los integrantes de la comisión del club les toca cerrar una jornada en la que estuvieron más de un día sin dormir, encargándose de que todo saliera como empezaron a diagramar a partir de diciembre del año pasado, cuando iniciaron su gestión al frente de la institución. “Queremos agradecer a todos los que nos brindaron su apoyo, especialmente a Martha Jones Yorio, esposa de nuestro ex presidente Raul Yorio, fallecido el año pasado”, remarcaron las autoridades de la institución antes de poner fin a 20 horas inolvidables.