Las amenazas de tiroteo en las escuelas, un fenómeno que parecía ajeno a nuestra realidad local, irrumpieron de lleno esta semana en Comodoro Rivadavia, donde la escuela 745 del barrio José Fuchs debió ser custodiada por la policía tras una publicación intimidante en redes sociales. La situación generó conmoción entre familias, docentes y estudiantes, y reactivó un debate urgente: ¿qué está pasando con los adolescentes y cómo se construyen hoy sus modos de expresión?
“Lo que ocurre en estos casos es que hay una gran facilidad para hacer algo que no es nuevo. Antes era la amenaza de bomba por un llamado anónimo. Hoy, con un celular y una red social, la fantasía se transforma en un hecho que genera una reacción real”, explica el psicólogo Sebastián Núñez, con años de trabajo en escuelas y en atención a adolescentes.
Núñez señala que no se trata simplemente de un acto disruptivo sino de una forma de buscar visibilidad: “muchas veces, esto tiene que ver con el deseo adolescente de sentirse únicos, especiales. Y si no lo logran desde lo positivo, lo intentan desde lo negativo. Porque saben que la amenaza tiene efectos. No solo alarma: también provoca reacción de los adultos, de la comunidad, de los medios…”.
La ecuación es sencilla y, a la vez, preocupante: con muy poco esfuerzo, un adolescente puede lograr una fuerte repercusión. “Es un poder simbólico. Es como una llamada de atención, una forma de decir ‘acá estoy’. Lo peligroso es que muchas veces no se calcula el impacto real de ese acto”, explica Núñez.
Lo más inquietante, advierte el psicólogo, es el posible efecto contagio: “esto ha ocurrido en distintas partes del mundo. No es sólo un fenómeno estadounidense. Pasó en Australia, en Europa, y ahora también en Argentina. Si una amenaza logra suspender las clases o poner a la escuela en alerta máxima, puede convertirse en un modelo para otros chicos que buscan lo mismo”.
En ese punto, Núñez llama la atención sobre la cobertura mediática y el rol de los adultos: “así como se discute cómo tratar los casos de suicidio en los medios, también hay que pensar cómo comunicar este tipo de hechos. Muchas veces, dar la noticia sin cuidado del contenido puede provocar más daño. Porque hay adolescentes que no distinguen entre realidad y fantasía, y ven en esa noticia una forma de llamar la atención”.
Sobre las causas profundas, el especialista destaca un problema más estructural: “hay muy pocos espacios reales de contención para los adolescentes. Hay una falta de adultos presentes, no sólo en lo físico, sino también en lo emocional. Cuando mamá y papá están ocupados todo el día, cuando el docente está desbordado, cuando el sistema no escucha, entonces aparece la red social como canal de expresión”.
Para Núñez, no alcanza con endurecer los protocolos o reforzar la seguridad en las escuelas: “no es sólo un tema de prevención policial. Es una cuestión de salud emocional. Hay que intervenir desde la escuela, desde la comunidad, desde los medios. Trabajar en cómo se comunican los adolescentes, qué buscan con sus actos y cómo pueden sentirse vistos sin tener que transgredir o violentar”.
La propuesta, sostiene, es construir alternativas para que ese deseo de ser notado tenga un canal positivo: “el adolescente quiere ser escuchado, quiere ser mirado. Lo ideal sería que esa mirada llegue por un logro, por algo bueno que hace por la comunidad. Pero eso requiere más esfuerzo. Postear algo que asuste es más fácil y rápido. Y ahí es donde tenemos que estar los adultos”.
Finalmente, Núñez plantea una reflexión para toda la sociedad: “tenemos que dejar de preguntarnos solo cómo sancionar a un chico que amenaza por redes, y empezar a preguntarnos qué lo llevó a hacer eso. Porque si no abordamos el problema desde la raíz, lo único que hacemos es poner más patrulleros en las escuelas. Y eso no alcanza”.