El 19 de septiembre de 2002 comenzó como un día más de paseo para los chicos de la Escuela EGB N°39 “Fragata Libertad”, de Merlo, Buenos Aires. Era el último día de su viaje escolar por la provincia de Chubut. Las lluvias de la jornada anterior habían frustrado la visita a Punta Tombo, así que el contingente de 53 personas —entre alumnos de quinto y séptimo grado, docentes y directivos— tomó otra dirección: el Dique Florentino Ameghino.
La zona, rodeada de naturaleza e historia, era un destino alternativo que prometía una última postal del viaje. Llegaron en combis y se dirigieron hacia una vieja pasarela colgante de madera y cables, una estructura construida más de cuatro décadas atrás. La idea era simple: cruzarla, tomarse una foto grupal, guardar un recuerdo.
Pero nadie advirtió el peligro.
Esa pasarela tenía una capacidad máxima de tres personas. Un cartel lo indicaba, pero había sido retirado para ser pintado. Otro cartel similar estaba al otro extremo, fuera de la vista del grupo. Nadie detuvo el entusiasmo de los chicos. Ni los docentes ni los guías locales intervinieron. Más de 50 personas comenzaron a avanzar y agolparse sobre la estructura.
Fue cuestión de segundos.
Con un crujido seco y un estremecimiento en el aire, la pasarela se desplomó. La madera y los cables cedieron. El grupo entero cayó de varios metros de altura al río Chubut, crecido y helado por las lluvias recientes y el clima invernal. El agua absorbió los cuerpos, las mochilas flotaron, se escucharon gritos.
Algunos lograron nadar hasta la orilla. Otros quedaron atrapados entre ramas y piedras. La corriente arrastró a varios. El operativo de rescate fue caótico y desesperado. La escena fue cubierta por medios nacionales y dejó imágenes que conmovieron al país entero.
Ocho alumnos y una docente murieron esa mañana. Algunos por ahogamiento, otros por golpes. Otros por hipotermia, sin poder salir del agua a tiempo. Entre ellos estaba Valeria Yamila Moreno, la última en ser encontrada días después. El cuerpo de Walter Damián Caballero fue uno de los primeros en ser hallado. Tenía 13 años.
Las familias comenzaron a llegar a Chubut desde Buenos Aires, muchas por sus propios medios, desesperadas por identificar a sus hijos. La escena en el hospital, en la morgue, en el mismo dique, fue desgarradora.
Sobrevivientes que eran niños en ese momento contaron años más tarde cómo veían flotar a sus compañeros, cómo temblaban bajo la lluvia, cómo gritaban los nombres de sus amigos sin respuesta. “Nos íbamos a sacar una foto”, repiten. Hoy, ya adultos, muchos siguen en tratamiento psicológico.
La tragedia dejó una marca profunda no sólo en Merlo, sino también en la comunidad de Chubut, que fue señalada por la falta de mantenimiento y señalización en la infraestructura del dique. Los cuestionamientos se multiplicaron. ¿Por qué no había medidas de seguridad? ¿Por qué nadie detuvo a los chicos antes de subir?
Un juicio penal en 2006 condenó a seis docentes y al ex jefe comunal del lugar por homicidio culposo. En 2025, 22 años después, la justicia civil también se pronunció: las provincias de Chubut y Buenos Aires deberán indemnizar con $4.000 millones a los familiares de las víctimas y sobrevivientes, por no garantizar las condiciones mínimas de seguridad durante un viaje educativo.
En el lugar del accidente hoy hay un monumento. Cada año, familias y sobrevivientes regresan al dique a recordar a los chicos y a la docente con una suelta de caramelos al río, símbolo de la infancia interrumpida. Porque el dolor sigue. Y la memoria también.