La vida nunca fue fácil para los Subiabre. El bolsillo siempre estuvo apretado y el fútbol a veces puede asegurar el futuro y otras veces hacerlo más complejo. La redonda es así, una pasión inexplicable que solo entiende aquel que lo siente.
Martín Subiabre es parte de ese equipo. El comodorense siempre vivió el fútbol con pasión y lo demostró en cada cancha que pisó. Quienes lo recordamos no olvidamos su buen pie, el raspe siempre oportuno y la garra que metía en el mediocampo.
Subiabre es uno de los referentes del fútbol comodorense reciente, un mediocampista que muchos recuerdan por sus años gloriosos en la CAI, cuando recién ascendía a la B Nacional, y sobre todo por su entrega en Huracán, el club de sus amores, donde fue ídolo.
Pero, más allá de la región, pocos conocen su historia; solo saben que es el padre de Ian, una de las nuevas joyas del fútbol argentino que germinó en el sur de la Patagonia, donde el viento pega fuerte y el petróleo es sinónimo de bonanza y trabajo.
Ian creció en las mismas calles de tierra que su padre. Como él asistió a una escuela pública en la primaria y a un colegio privado en la secundaria gracias a la contención que le dio el mismo club donde hicieron inferiores. Es que, más allá de las diferencias y el camino, los Subiabre tienen puntos en común, y qué mejor que el Día del Padre para conocer la historia de este pequeño que hace ilusionar al fútbol comodorense.
UNA PROMESA DEL FÚTBOL
Ian es hijo de Martín y Marta Vivar, hermano de Melany y tío de una sobrina y un sobrino que pronto nacerá. Su papá fue jugador de fútbol, como él. “El Chile”, como se lo conoce en tierras patagónicas, creció en el barrio Pietrobelli, barriada donde también vivió Ian.
A Martín siempre le gustó el fútbol y el deporte, como a José Lorenzo (66), su padre, quien antes de jugar a la redonda en la Liga de los Barrios, también se puso los guantes para subirse al ring. Con orgullo, contó en alguna entrevista que tuvo 21 peleas ganadas, pero cuando perdió la primera decidió bajar del rincón y continuar con el fútbol. Ciudadela y Estrella Blanca fueron algunos de los equipos que integró.
Martín también jugó en esas categorías, una vez que se retiró del fútbol profesional, luego de toda una vida ligada a la redonda. Es que cuando era chico, el padre de Ian tuvo la fortuna de ser visto por un entrenador de la CAI (Comisión de Actividades Infantiles), el club donde surgieron Sixto Peralta, Andrés Silvera, Hugo y Pablo Barrientos, Sergio Romero, Tomás Conechny, entre otros grandes talentos que salieron de la Patagonia.
“El Chile”, con 41 años encima, aún recuerda aquellos años. “Yo comencé a jugar en los torneos viejos de la CAI que se hacían en la Rural. ‘El Gato’ Montesino (exentrenador de Racing Club) habló con mi familia y empecé mi recorrido en el fútbol en las inferiores del club”.
En esos tiempos, la vida no era sencilla para los Subiabre. José Lorenzo era textil y la crisis lo dejó sin trabajo. Eran tiempos duros, donde había que pelarla y no siempre la olla se podía llenar. Pero si Martín quería dedicarse al fútbol, debía ser distinto y el club le ofreció vivir en la pensión.
“Mi familia no estaba pasando momentos buenos. Por ahí no comía, hacía muchas macanas y fui, pero antes también estuve con un matrimonio, que yo les digo papá y mamá: la familia Pinda. Ellos me llevaron a vivir con ellos y siempre me ayudaron”.
El futuro de Martín pintaba bien en una época en que llegar a Primera parecía casi imposible en la Patagonia y todo se veía mucho más lejano. El volante estuvo cerca de colgar los botines, pero la llegada de un técnico que hizo historia en la Comisión de Actividades Infantiles cambió su destino.
“A los 15 años, cuando vino Marcelo Fuentes, yo había dejado de jugar porque me había ido a vender diarios con mi papá”, recuerda en la entrevista con ADNSUR. “Él me llamó y me dijo que me quería, que quería que jugara en CAI. Así que ahí volví y empezó todo”.
Por ese entonces, la Comisión de Actividades Infantiles, un pequeño club de la ciudad que había nacido unos años antes, estaba disputando el Torneo Argentino. Martín integró la lista del certamen, pero en el primer torneo no jugó y al siguiente tuvo revancha. Así, poco a poco, fue sumando minutos.
Subiabre jugó de 9, de enganche, volante por derecha y doble cinco, y ahí se quedó. El mediocampo fue su lugar en el mundo y su juego, el pasaje para llegar a diferentes clubes de la zona.
“El Chile” defendió los colores de Huracán de Comodoro, Guillermo Brown, Deportivo Madryn, Racing de Trelew, Florentino Ameghino (CR), Laprida del Oeste (CR), Olimpia Juniors de Caleta Olivia y Argentinos Diadema (CR). Más tarde, llegaría Sportman en la Liga de los Barrios, pero solo para despuntar el vicio con amigos, tal como hacía en fútsal.
Cuando nació Ian, Martín estaba en Brown de Madryn, pero no arregló contrato y volvió a Comodoro Rivadavia. Durante seis meses estuvo parado porque se había cerrado el libro de pases y, una vez que pudo sumarse a otro club, volvió a Huracán, el equipo donde fue ídolo.
Martín tiene mil momentos para elegir de su hijo; seguramente, el día que debutó en River fue un momento muy especial, también saber que iba a entrenar con la Selección Mayor o cuando se fue a vivir a Buenos Aires para sumarse a la pensión del Millonario. Sin embargo, él se queda con uno en especial: su nacimiento.
“Ese es el mejor momento con Ian porque volví a ser papá, volvió a traer alegría a la familia, porque siempre un bebé trae alegría”. Con sus ojos de padre, recuerda al niño y sus travesuras. “Siempre fue tranquilo, introvertido como todo chico, pero le gustaba mucho la pelota y rompía todo en la casa. Me acuerdo de que le llevaban un camión y no lo agarraba, pero le llevaban una pelota y la agarraba enseguida. Siempre le gustó el fútbol”, sentencia como un destino de la vida.
ENTRE LAPICES Y FÚTBOL
La bitácora de Ian describe que comenzó a jugar al fútbol a los 3 años. El Globito de Víctor Montenegro fue su primer club, en tiempos en que solo se corría detrás de la pelota. Pero fue en Luz y Fuerza donde comenzó a mostrar todo el potencial que tenía.
“A los seis años empezó a salir goleador y a los 7 ya hacía goles distintos”, recuerda Martín. “Siempre fue algo natural el fútbol. Por ahí yo no podía acompañarlo, porque estaba jugando en Caleta Olivia y lo acompañaba mi señora. Y a los 8 años, con Claudio Fernández, un amigo, lo trajimos a River para que lo vean. Me acuerdo que querían dejarlo vivir en la pensión, pero no se podía porque era chico, y a partir de ahí empezamos a venir.”
Durante cinco años, Ian fue, en forma intermitente, a River Plate. Era solo un niño que jugaba al fútbol mientras estudiaba en la escuela 119 del barrio. Muchas veces lo tentaron para que se fuera a la pensión. Sin embargo, su madre no quería que se fuera tan chico, y la CAI, el club donde su padre había debutado en la B Nacional, fue su lugar de contención deportiva.
“En un club donde te ayudan, te educan para ser buen deportista y mejor persona igual”, dice agradecido Martín, quizás recordando también todo lo que fue su vida en el club, desde los entrenamientos al colegio Cervantes, donde luego también estudió Ian.
Con 11 años, Ian se sumó al Azzurro y a los 14 debutó en Primera, marcando un gol ante Caleta Córdova. Desde entonces, su ascenso fue maratónico. Un año después llegó a River, donde disputó su primera final, anotando tres goles a Independiente y consagrándose como el segundo goleador del equipo. Y también participó en el Sudamericano Sub-17 con la Selección Argentina en 2023 y en el Mundial de la categoría.
El año pasado, Ian debutó en la Primera División del fútbol argentino y este año marcó su primer gol. Su desempeño es tan bueno que, en las últimas semanas, previo al Mundial de Clubes, fue citado por Scaloni para entrenar con la selección mayor, junto a Lionel Messi.
DOS PADRES ORGULLOSOS
Martín y Marta, hace un año y medio, se fueron a vivir a Buenos Aires para acompañar a Ian; el propio delantero se los pidió. Es que, como dice su padre, él “es muy familiero, muy tranquilo, y quería que estuviéramos cerca, por un montón de situaciones que pasan en el día a día, así que decidimos, con la familia, dar este paso”.
Por supuesto, admite que se extraña a la familia, a los amigos y, principalmente, a su hija y a la nieta, “lo más importante que tiene en la vida junto con Ian”. Pero sabe que es el gusto amargo de la distancia y la vida que él destinó a ellos.
“Esa es la parte amarga, pero después los momentos alegres son cuando estamos todos juntos y nos reímos, hablamos, lloramos, nos abrazamos y nos damos besos. Eso es lo más lindo”.
Martín está orgulloso por el presente de su hijo y asegura que, como padres, “es un momento único”. “Es algo lindo, especial por cómo se fue dando todo. Él es una persona que no le gusta mucho hablar, le da vergüenza, es tímido, pero está muy contento porque entrenó con los campeones del mundo, entrenó con el mejor del mundo, que es Messi. Para nosotros, como padres, también es algo que nos pone muy contentos y nos alegra, pero es un orgullo, primero, que un hijo salga buena gente y educado, y que mi hija haya formado su familia y esté bien”, dice con certeza.
A Martín, cuando habla, se lo escucha tranquilo. Sabe que su hijo tiene los pies sobre la tierra. Es que Ian es muy maduro a pesar de los años que dice su DNI. Sin embargo, para ellos, al igual que para su hermana, siempre será su bebé, su hijo, aquel que les cambió la vida cuando nació; un momento especial que ningún padre puede olvidar y que hoy muchos recordarán.