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Cerró El Bárvaro: el boliche porteño donde se refugiaban estudiantes del interior

 En el barrio de Palermo, un rincón de Buenos Aires dejó de existir, aunque sigue vivo en la memoria colectiva de miles. El mítico boliche “El Bárvaro”, ubicado en Cabrera y Anchorena, fue demolido y con él se va una parte de la historia nocturna de la ciudad. Pero más allá de las paredes que cayeron, El Barva —como lo llamaban sus habitués— era una experiencia que condensaba música, identidad y pertenencia para cientos de estudiantes y jóvenes que llegaron a la capital desde los rincones más australes del país.

“Se fue el boliche, pero no lo que fuimos ahí”, dice el inicio de un emotivo posteo que rápidamente se volvió viral entre quienes alguna vez bailaron, rieron o se abrazaron en esa pista. El texto —compartido por Martín Nicolás en redes— recorre con ternura y nostalgia los recuerdos de una tribu patagónica que encontró en ese boliche un lugar para sentirse menos sola en la gran ciudad.

En una ciudad donde muchas veces es fácil perderse, El Barva ofrecía una suerte de brújula emocional. “Era volver a sentirnos cerca”, dice el posteo. En sus noches sonaba la cumbia, pero también los recuerdos del mar, el viento de la estepa y la cordillera. No era raro escuchar acentos de Neuquén, Chubut, Santa Cruz o Tierra del Fuego en la barra, mientras corría un vaso de fernet compartido y arrancaban charlas que empezaban con un “¿vos también sos del sur?”.

El Barva funcionaba como un lugar de encuentro para estudiantes del interior que llegaban a Buenos Aires con la valija cargada de sueños y desarraigo. Allí se cruzaban los de la UNLa, los del Cune (Centro Universitario de Neuquén), los de Comodoro, Esquel o Viedma. Era común ver a gente que se reconocía sin haberse visto nunca antes, solo por compartir códigos, música o la manera de bailar.

Durante años, fue uno de los pocos espacios nocturnos donde la diversidad regional encontraba un espacio para expresarse sin filtros. No se trataba solo de bailar: era una ceremonia de identidad colectiva. Y aunque sus muros ya no están, su legado queda flotando entre quienes lo vivieron. Como escribió alguien en redes: “El Barva era abrazo, era tribu patagónica en plena city, éramos nosotros”.

El cierre de El Bárvaro es también parte de una postal más amplia: la transformación urbana de Buenos Aires, donde espacios emblemáticos ceden lugar a desarrollos inmobiliarios. Según pudo saberse, el edificio fue demolido y el terreno ya forma parte de una futura construcción de viviendas o emprendimientos comerciales. Pero para quienes vivieron esas noches mágicas, el Barva seguirá siendo un refugio.

En tiempos donde el arraigo es difícil y el desarraigo duele, los espacios como El Barva cumplían un rol social clave: ofrecer contención afectiva, conexión cultural y alegría compartida. No era un simple boliche, sino una pequeña patria emocional en medio de la jungla porteña.

“Lo demolieron, sí. Pero eso no borra las risas, los besos, los reencuentros, ni ese alivio de sabernos menos solos en esta jungla”, cierra el texto viral que sirvió como despedida colectiva.

A los lugares que nos hacen sentir en casa, se vuelve una y otra vez, aunque ya no estén. Nos vemos en otra vida, o en otra cumbia.