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Una vecina de Comodoro transformó su casa en un comedor comunitario y hace más de 100 viandas por día

 En Comodoro Rivadavia funcionan más de 30 comedores distribuidos en los distintos barrios; uno de ellos es el de Laura, en “Alto Las Flores” -ubicado en Misiones y Araucarias- donde en cada jornada de comida se reparten unas 100 viandas.

Laura Aguirre vive al borde del cerro, en una de las zonas más empinadas de Comodoro Rivadavia. Sabe, como buena conocedora, que cuando comienzan a caer las primeras gotas de agua se tiene el tiempo justo para salir de allí, porque después es casi imposible. La greda no lo permite y dificulta cualquier tipo de movimiento.

Hace más de una década, con la ayuda de sus vecinos, convirtió su casa en comedor comunitario. Y pese a enfrentar algunos problemas de salud meses atrás, continuó con sus manos solidarias: “El comedor también me sostiene a mí”, asegura.

Así es un día con ella y las mujeres que cocinan para más de cien personas…

Son las once de la mañana y el locro ya lleva varias horas en el fuego. El aroma se siente desde el portón de entrada de la casa de Laura, que también es comedor. En el medio de la sala hay una mesa larga donde se organizan los ingredientes y las tareas. Laura no está sola. Con ella cocinan Micaela, Teresa, Talia y Ayelén.

Hoy preparan 100 porciones: usan 10 kilos de maíz, 10 de porotos, 10 de zapallo, 3 de cebolla, cueritos de chancho, carne y chorizo. Desde temprano —a las ocho y media, como todos los días del comedor— se levanta, ceba unos mates y arranca pelando verduras.

Las donaciones no llegan solas; hay que gestionarlas y buscarlas. Si no, alguien del barrio las acerca. Familias anónimas colaboran con algo de mercadería y una empresa está presente con leche y yogures que Laura reparte entre los vecinos del barrio.

“Hoy hay locro, ya pueden venir a buscarlo”, avisa Laura por WhatsApp al grupo del comedor. Enseguida, los vecinos empiezan a llegar con ollas o tuppers. Para algunos, es la única comida caliente que van a tener ese día.

El modelo “Mirella”

Antes de levantar su propio comedor, Laura Aguirre cocinó durante años en el comedor de Mirella Angulo. Allí aprendió lo que hoy sostiene con tanto esfuerzo: la organización comunitaria, el trabajo en red y la importancia de un plato caliente para quien no tiene nada. “Un día me di cuenta de que los sábados y domingos no había nada, entonces empecé acá. Esto era un patio que no estaba techado. Hacía una merienda, un locro, un guiso… siempre hacíamos algo”, cuenta.

Con el tiempo, la gente empezó a pedirle que lo hiciera todos los días. Y no pudo decir que no.

Todo suma

Antes, algunos vecinos colaboraban con alimentos: “Había un vecino que siempre traía algo cuando cobraba, ya sea una papa, una cebolla, un paquete de fideos”, pero hoy, muchos de esas personas que antes ayudaban están del otro lado. “Ese vecino, hoy viene con su ollita y me dice: ‘Doña Laura, ¿me guarda un poquito?’. También, por ahí me dicen: ‘no voy a llevarte porque solo tengo un paquete de fideos’. A mí, ese paquete de fideos me hace un montón”, explica Laura.

Donar, compartir, multiplicar

Una parte clave del sostén del comedor son las donaciones. Laura recibe yogures de La Serenísima, a veces en grandes cantidades. “El otro día nos dieron 200”, cuenta. Nada se desperdicia; los reparte entre las familias que se acercan y también entre otros comedores del barrio. “Porque tienen la misma necesidad que yo”, dice.

A través del grupo de WhatsApp del comedor “Alto Las Flores”, avisa cuando llegan productos: “Hoy hay yogur, pueden venir”. Lo mismo hace con ropa o cualquier ayuda que se consiga. Laura comparte lo que tiene porque sabe que alcanza más cuando se distribuye.

Alejarse para volver

Laura se alejó del comedor durante casi dos meses por problemas de salud. Viajó a Santa Fe con la intención de no volver, como le pedían sus hijos y los médicos. Pero, aún lejos, siguió gestionando donaciones y organizando ayuda. Entonces entendió que el comedor también la sostiene a ella. Y decidió regresar.

“Sufrí más estando lejos. Yo pensé que me iba a sentir mejor, pero no. Estaba peor. Porque esto —señala la olla-es lo mío. Y si no lo hago, sufro más. Estando lejos llamaba a uno, a otro, y sabía que consigo las cosas. Es una cadena, nos vamos ayudando mutuamente entre todos. Yo siempre digo que el comedor es mi familia”.

Mientras habla, una nena pasa con una bolsita y una vecina espera en la puerta. La olla todavía tiene locro y Laura sigue repartiendo.