No fue una historia de amor. O tal vez sí. Una historia de amor propio. De cansancio. De despertar. Y de una decisión que lo cambió todo.
La protagonista de esta historia, contada en primera persona en el podcast “Amores y algo más”, conoció el mundo de las citas virtuales antes de que existiera el swipe. Desde los años 90, cuando los avisos clasificados eran una ventana a lo posible, ya buscaba conexiones a través de palabras. Luego llegaron los sitios web de citas. Y finalmente las apps.
Y conectó. Varias veces. Con hombres de distintas edades, trabajos, ciudades. Algunos atentos. Otros divertidos. Pero con demasiada frecuencia, esas historias que comenzaban con promesas terminaban con excusas. Mentiras. Traiciones.
Hombres casados. Parejas paralelas. Viajes inventados. “Te juro que no es lo que pensás” como frase repetida. Flores que escondían engaños. Cenas románticas después de las cuales ella descubría que no era la única en la agenda. Hasta que un día, después de la última lágrima, algo hizo clic.
No quería volver a sufrir. No iba a pedir explicaciones. Y no iba a seguir siendo una víctima.
CREÓ UN PERFIL FALSO
No para vengarse. Sino para observar. Para probar lo que su intuición le decía. Para ver si lo que sospechaba, era cierto. Y lo fue.
Primero, fue un ejercicio de prueba y error. Luego, se volvió un método. Cuando una nueva pareja aparecía en escena, ella alternaba entre su perfil real y el falso. Usaba diferentes filtros de búsqueda, horarios, zonas de geolocalización. Sabía cuándo estaban online. A qué hora respondían. Y a quién le daban like.
Cada vez que sentía que algo no cerraba, armaba el rompecabezas. Cruzaba chats, analizaba fotos. Sabía distinguir entre una excusa y una estrategia. Cuando encontraba pruebas, no enfrentaba. No gritaba. Jugaba. Les respondía con su propia medicina, pero sin escándalos.
Incluso su gran amor —o el que creyó que lo era— cayó en la trampa. Mientras él juraba que estaba de viaje, hablaba por chat con otra mujer… que también era ella. Ese día no lloró. Solo confirmó lo que ya sabía. Y se fue.
HOY, SIGUE EN TINDER. PERO CON OTROS OJOS
No espera que la app le regale un príncipe azul. Ya no busca promesas, ni finales de película. Pero sigue buscando. Con precaución. Con intuición. Con una red de alertas propias que le recuerdan que cuidar el corazón también es parte del juego.
Y aunque algunos la critiquen por “jugar sucio” o ser “demasiado desconfiada”, ella lo ve de otra forma: encontró su manera de protegerse. Y eso, dice, también es amor. Amor propio.
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